¿Y si ser obediente te está haciendo invisible?
Una pregunta incómoda puede ser más visible que cien posteos obedientes. Y más poderosa también.
Me acuerdo perfecto.
Estaba en una sesión de mentoría con uno de mis mentees más brillantes.
Tenía una publicación escrita, impecable, profunda, valiosa…
Pero no la publicaba.
“¿Quién soy yo para hablar de esto?”, me decía.
Y esa frase, amigo, es el cáncer de muchas marcas personales.
No es que le faltara conocimiento. Le sobraba.
Lo que le faltaba era coraje para incomodar.
Para exponerse.
Para bancarse la mirada del ex compañero de laburo que hoy es un zombi de LinkedIn.
Y lo entiendo.
Porque yo también fui ese tipo.
Ese que miraba, juzgaba, analizaba...
Pero no se animaba a postear.
Hasta que un día publiqué algo que me cambió la vida:
Una historia que incomodaba incluso a mí.
No era una lección de marketing.
Era una confesión.
Conté cómo, en 2019, me quedé sin ingresos. Con deudas.
A punto de ser papá.
Y cómo esa caída me obligó a dejar de obedecer fórmulas ajenas y empezar a liderar desde mi voz.
¿Resultado?
Más mensajes que “likes”.
Más conversaciones reales que vanity metrics.
Y más oportunidades que en todos los años anteriores juntos.
¿Coincidencia?
No.
Causa y efecto.
Las preguntas incómodas no son solo disparadores.
Son puentes.
¿A dónde?
A la atención.
Al engagement.
A la confianza.
Y si sos bueno, hasta al negocio.
Pero eso no te lo enseña ningún curso de LinkedIn.
Eso se vive.
La provocación inteligente no es gritar para llamar la atención.
Es preguntar lo que nadie se anima.
Pero todos sienten.
¿La marca personal es empoderamiento o autoexplotación?
¿Y si el problema no es que no sabés venderte… sino que te estás escondiendo detrás de tu humildad?
¿Y si el miedo al qué dirán es el verdadero jefe que te gobierna?
La buena noticia es que podés usar todo eso a tu favor.
Con estrategia, con verdad, con ritmo.
No se trata de ser polémico.
Se trata de ser real.
Te tiro una idea práctica que usamos en mis programas:
Tomá una creencia dominante de tu industria.
Y reventala con una pregunta.
Ejemplo:
“¿Y si dejar el trabajo fijo no es valentía, sino el nuevo mandato del éxito forzado?”
Boom.
Listo.
Eso abre conversación.
Divide.
Y cuando algo divide, también une.
Porque lo mejor de la provocación es que actúa como un imán.
Aleja a los tibios.
Y atrae a los que realmente quieren pensar distinto.
¿Querés liderar?
Entonces, no podés conformarte con gustar.
Y si en el camino te tiembla un poco la voz, como a mí mentee aquel día…
Mejor.
Eso significa que vas por el buen lado.
El lado de los que eligen ser vistos, no por ser perfectos…
Sino por ser peligrosamente auténticos.
Y si te sentís medio solo en este camino, ya sabés: escribime.
Estoy armando algo para los que quieren potenciarse sin anestesia.
Abrazo provocador,
Ismael
PD: La próxima vez que te frenes antes de publicar algo porque "no es el momento" o "falta pulirlo más"... pensá si no será tu miedo disfrazado de perfección. Esa máscara se cae cuando accionás.