¿Y si el miedo a exponerte te está dejando sin oportunidades?
LinkedIn no es una red social. Es el espejo donde ves si tenés o no huevos para liderar.
No sé si alguna vez te pasó, pero a mí sí.
Sentarme frente a la compu con ganas de escribir algo en LinkedIn, ver el cursor titilando como un maldito metrónomo y pensar:
"¿Y si esto es una tontería?"
"¿Y si se ríen de mí?"
"¿Y si no tengo nada nuevo para decir?"
Te cuento algo:
Ninguna de esas preguntas es verdadera.
Son excusas. Más o menos sofisticadas, pero excusas al fin.
¿La más común?
"No tengo tiempo."
Una que usamos como si fuera una coartada de película, pero que no resiste ni dos clics de análisis.
Porque mientras decís eso, te pasás 10 minutos por día scrolleando perfiles ajenos.
Y esos 10 minutos, si los invertís en vos, te pueden cambiar la carrera.
¿Otra clásica?
"No tengo nada interesante para aportar."
Mirá, te lo digo sin rodeos: si tenés experiencia, tenés historias.
Y si tenés historias, tenés algo que enseñar.
El problema no es que no tengas qué decir.
El problema es que te comiste la mentira de que todo tiene que ser perfecto.
Ahí está la trampa:
La trampa del perfeccionismo digital.
Donde creemos que si el post no tiene 50 likes o una foto con el aro de luz perfecto, entonces mejor no publicar nada.
Pero la posta es esta:
La gente no conecta con la perfección. Conecta con la verdad.
¿Sabés cuál es la diferencia entre vos y esa persona que ves todo el tiempo aparecer en LinkedIn y decís "yo también podría haber hecho ese post"?
Esa persona lo publicó.
Eso es todo. Lo hizo. Con errores, con dudas, con miedo.
La procrastinación es un mecanismo de defensa.
Te hace creer que postergar es elegir.
Pero en realidad, es rendirte sin pelear.
Y no te lo digo como gurú que baja línea desde una torre de cristal.
Te lo digo porque me pasó.
Siete meses subiendo contenido en LinkedIn sin que nadie le diera bola.
Sintiéndome un pelotudo imbécil, pensando que estaba hablando solo.
¿Sabés qué me salvó?
La constancia.
Seguí. A pesar de todo. Y un día pasó. La red explotó.
Mi perfil dejó de ser una tarjeta de presentación y se convirtió en una puerta giratoria de oportunidades.
Ahí entendí algo que cambió mi forma de ver las redes, el trabajo y la vida:
La marca personal no es autopromoción. Es autodefensa.
En un mundo donde la visibilidad es poder, no tener marca es como ir a la guerra en patas.
Y ojo, no estoy hablando de volverte influencer ni de contar intimidades para rascar likes.
Estoy hablando de mostrarte como sos, con lo que sabés, para que el mundo sepa qué hacés y por qué vale la pena trabajar con vos.
Porque si nadie te ve, nadie te elige.
Y si nadie te elige, no es porque no tengas valor.
Es porque nunca se enteraron que existías.
No hay momento perfecto.
No hay contenido perfecto.
No hay versión ideal de vos esperando detrás de otra excusa.
Hay una decisión.
La de elegirte.
La de confiar en que lo que sabés, lo que viviste y lo que podés aportar vale.
Y que vale hoy, no cuando tengas tiempo, no cuando estés seguro, no cuando "te sientas listo".
Hoy.
Hoy es el mejor momento para dejar de esconderte detrás del "todavía no".
Y si te tiemblan las manos al publicar, bienvenido.
Ese es el síntoma de que estás saliendo del cascarón.
Nos vemos en el feed.
Y si todavía no arrancaste, no pasa nada. Pero no digas que nadie te avisó.
Abrazo grande,
Isma
(Sí, el de LinkedIn. Pero sobre todo, el que está del otro lado empujándote a que te animes.)
PD: Si sentís que necesitás ayuda con esto, te acompaño. No con fórmulas mágicas, sino con mirada sincera y método probado. En mi mentoría 1 a 1 trabajamos justo eso: destrabar el freno y convertir tu marca personal en una herramienta de crecimiento real.